era demasiado grande o demasiado lento;
si vistaba el zoo, volvía triste
porque no le habían dejado dar de comer a los leones,
y si jugaba al fútbol con sus amigos,
protestaba porque eran muchos para un solo balón...
Pero no contaba Gustavo con Jocosilla, la nube bromista.
Un día que paseaba por allí cerca,
la nube escuchó las protestas de Gustavo, y corrió a verle.
Y según llegó y se puso sobre su cabeza,
comenzó a descargar una espesa lluvia negra.
Era su broma favorita para los niños gruñones.
A Gustavo aquello no le gustó nada,
y protestó aún mucho más.
Y se enfadó incluso más cuando vio que daba igual a dónde fuera,
porque la nube y su lluvia negra le perseguían.
Y así estuvo casi una semana,
sin poder escapar de la nube,
y cada vez más enfadado.
Gustavo tenía una amiguita,
una niña alegre y bondadosa llamada Alegrita,
que fue la única que quiso acompañarle aquellos días,
porque los demás se apartaban por miedo
a mojarse y acabar totalmente negros.
Y un día que Gustavo estaba ya cansado de la nube, le dijo:
- ¿Por qué no te animas?
Deberías darte cuenta de que eres el único niño
que tiene una nube para él,
¡y encima llueve agua negra!
Podríamos jugar a hacer cosas divertidas con la nube,
¿no te parece?
Como Alegrita era su única compañía,
y no quería que se fuera, Gustavo aceptó de muy mala gana.
Alegrita le llevó hasta la piscina,
y allí le dejó hasta que toda el agua se volvió negra.
Entonces fueron a buscar otros niños,
y aprovechando que con el agua negra no se veía nada
¡estuvieron jugando al escondite!
Aún a regañadientes, Gustavo tuvo que reconocer
que había sido muy divertido,
pero más divertido aún fue jugar a mojar gatos:
Gustavo corría junto a ellos,
y en cuanto sentían el agua, daban unos saltos increíbles
y huían de allí a todo correr haciendo gestos divertidísimos.
En muy poco tiempo, todos los niños del pueblo estaban con Gustavo,
proponiendo e inventando nuevos juegos para la nube.
Y por primera vez, Gustavo empezó a ver el lado bueno de las cosas,
incluso de las que al principio parecían del todo malas.
Entonces la nube Jocosilla pensó en despedirse e ir con otros niños,
pero antes de abandonar a Gustavo,
le regaló dos días enteros de lluvias de colores,
con las que inventaros los juegos más brillantes y divertidos.
Y cuando desapareció, Gustavo ya no protestó;
esta vez sabía fijarse en las cosas buenas,
y se alegró mucho porque por fin estaba seco
y podía volver a jugar a muchas cosas.
(Este cuento es de PEDRO PABLO SACRISTÁN)
Todas las cosas tienen
su lado bueno y su lado malo,
pero somos más felices
cuando buscamos las cosas buenas en todo.