El pasaje del Evangelio de hoy nos trae de nuevo ante nosotros a ese personaje que tanto nos simpatiza cuando sabemos su historia: Zaqueo. Era un publicano -cobrador de impuestos para los romanos- que vivía en Jericó. Por aquel entonces, nadie simpatizaba con él, y mucho menos sus vecinos, porque les robaba mucho aprovechándose de su puesto. Era muy rico de dinero, pero muy pobre de amigos.
Un día, Zaqueo se enteró de que Jesús estaba en su ciudad y quiso ir a verle. Como era bajito y nadie le daba paso para poder verle, tuvo que subirse a una higuera. Y va Jesús y le pidió a Zaqueo que le recibiera en su casa y que le invitara a comer. Jesús se auto-invitó, pero no iba de gorra; su corazón tenía hambre de que Zaqueo cambiara. Y la conversación en la casa de Zaqueo, entre él y Jesús, cambió el corazón de Zaqueo y su comportamiento con los demás. Encontrarse con Jesús le cambió la vida y ya no tenía que subirse a ningún árbol para ver a Jesús ni andarse por las ramas sin estar atento a los demás.