Hoy el Evangelio nos regala, no una sino varias parábolas que ya muchos de ustedes conocen: La del trigo y la cizaña, la del grano de mostaza y la de la levadura.
La del trigo y la cizaña viene porque hay en nosotros una tendencia a
separar y a etiquetar a las personas en "los buenos" y "los malos". En tiempos de Jesús
también era muy marcada esa separación entre los considerados buenos y malos e
incluso entre puros e impuros. La religión judía fomentaba esta división.
Sin embargo
Jesús con esta parábola nos presenta a todos como
una tierra buena donde Dios siembra su Palabra y su deseo de felicidad para todos.
Dios nos creó buenos. Luego, cada uno, usando su libertad, puede elegir regar el trigo o regar la cizaña. También está que todos a veces somos trigo limpio y a veces mala cizaña. Todos tenemos algo de trigo y algo de cizaña.
Por eso, Jesús nos enseña a no convertirnos en jueces, ni de los demás ni de nosotros mismos, en darnos oportunidades para poder ser trigo y dejar las cizañas de lado y en que sólo sea Dios, con su bondad y misericordia, quien tenga la última palabra sobre cada uno de nosotros, que seguro será la más amorosa y la menos condenatoria.
Después habla Jesús del valor de
las pequeñas semillas sembradas que con el tiempo se pueden trasformar en
grandes árboles al servicio de muchos. Y también narró cómo un poquito de
levadura era capaz de trasformar toda la masa…
Como
estamos en la misma «tierra» las decisiones, buenas o malas, de unos repercuten en los
demás. Estamos relacionados entre nosotros, y con la naturaleza y el
tiempo. Por lo tanto toda actitud buena realizada con amor se expande por el
universo haciendo bien. Y quizás la semilla oculta bajo tierra o la levadura que
parece insignificante, lo que no se ve y lo pequeño se pueden trasformar en lo más mejor para transforma toda la masa: a nosotros y al mundo.
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