El pasaje del Evangelio de hoy nos habla de la Ascensión de Jesús, de que Jesús resucitado está con su Padre. Ya sabemos de sobra que él no es un ser extraño con poderes especiales ni espaciales. No es un astronauta ni una nave espacial capaz de subir entre nubes.
No estamos hablando de fenómenos raros, sino empleando un lenguaje de imágenes para hacernos comprender una realidad que no podemos ver, pero si experimentar y sentir.
El pueblo judío entiende que Dios está en las alturas y por eso hablan de ascensión al cielo. Pero nosotros creemos que Dios está allí donde está el amor.
Jesús ascendió a Dios porque descendió hacia nosotros. Y, como un padre que alza a u hijo, Dios lo puso a su lado, porque Jesús, con su persona y su vida entregada, fue, es y será el Amor que Dios Padre quiere, porque fue libre para amar y darlo todo.
Ahora ese todo de Jesús queda en nuestras manos.
Nosotros también podemos ser alzados y ascendidos cada vez que descendemos y hacemos el bien bien hecho por amor hacia los demás, hacia nosotros mismos y hacia este mundo, con misericordia y ternura, sabiendo que Dios nos espera con los brazos bien abiertos.
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