El pasaje del Evangelio de hoy vuelve a mostrarnos el amor, el perdón la ternura y la misericordia de Jesús ante las lágrimas y los gestos de una mujer que se coló en una comida a la que había sido invitado Jesús. Y éste no es un tema cansino, porque siempre estamos necesitados de eso en nuestra vida. Cansino sería hablar y hablar de ello y no ponerlo en práctica hacia los demás e, incluso, hacia nosotros mismos.
Además, Jesús nos dice cómo hacerlo: sin prejuicios, con respeto, con tolerancia, rompiendo cadenas que atan, acogiendo, ayudando, invitando a la esperanza (=Esperar cosas buenas), y tratando en igualdad de condiciones a hombres y mujeres.
El perfume de una persona habla mucho de ella. Y el llanto más todavía. Por eso, cuando esta mujer derramó su perfume y sus lágrimas sobre los pies de Jesús es como si ella misma estuviera derramando toda su vida y su persona, confesándose sin pronunciar palabra. Mientras, otros sólo estaban pendientes de su condición de pecadora y de lo caro del perfume.
Dicen que los mejores perfumes se venden en frascos pequeños. El mejor perfume con el que podemos ungir a Jesús somos nosotros mismos y la medida del frasco dependerá del amor y la misericordia que seamos capaces de dar.
Dicen que los mejores perfumes se venden en frascos pequeños. El mejor perfume con el que podemos ungir a Jesús somos nosotros mismos y la medida del frasco dependerá del amor y la misericordia que seamos capaces de dar.
Ojalá aprendamos a ungir a Jesús con nuestra vida y nuestra persona, y que éstas sean un perfume con su esencia y que vayan desprendiendo su aroma en nuestro tratar y ayudar a los demás.
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