Estamos metidos de lleno en las Olimpiadas que se están celebrando en Brasil. Además de un acontecimiento deportivo, supone un encuentro de culturas, de costumbres, de pensamientos, de religiones... y es también una manifestación de un deseo, la de un mundo en paz unido por el deporte.
Como todas las grandes creaciones humanas, tiene una carga de cosas muy positivas, pero también entran en juego muchas cosas negativas que le restan esa grandeza a la que aspira, sobre todo teniendo en cuenta que en muchos de los países en los que se organizan hay muchas injusticias y muchas desigualdades sociales, con la riqueza en manos de unos pocos y con mucha pobreza en la mayoría de su población.
Fijándonos en todo ello, podríamos convertir el tema de las olimpiadas en una parábola de nuestra fe, de nuestro seguir a Jesús y de nuestros intentos de convertir nuestro mundo en Reinado de Dios.
No nos hace falta competir para conseguir el oro. Todos y cada uno de nosotros somos amados por Dios. Y, para Él, todos y cada uno somos el "Number One". ¿Qué más oro?
Y, si acaso hay un número 1, ése Dios, es Jesús, el que lleva la antorcha que ilumina y guía nuestra vida de creyentes y de trabajadores del Reino.
No competimos, no queremos ganar unos sobre otros. Nuestra meta está en lograr que todos ganemos en dignidad, libertad, justicia, paz, alegría...
Con Jesús, todos y cada uno somos ganadores y con la fuerza del Espíritu Santo podemos mucho.
Y somos un gran equipo, unidos por la fe en Jesús y la esperanza de un mundo más mejor para todos. Unidos podremos vencer ese mal que se quiere colar haciendo trampas, y eso se logra marcando metas de amor, misericordia, justicia, solidaridad...
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