El pasaje del Evangelio de hoy nos vuelve a poner delante la separación tan grande que hay en nuestro mundo entre ricos y pobres y lo hace con la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro.
Esta parábola no es para asustarnos con la ira de un Dios vengativo que nos va a castigar, sino que nos habla de que Dios no puede soportar que unos pocos se apoderen de casi todo lo que es de todos y que la la gran mayoría de sus hijos lo estén pasando mal o muy mal. Nos lo cuenta para que tomemos conciencia de que los que tenemos la suerte de tener una vida más o menos fácil debemos estar siempre atentos y pendientes de ayudar y socorrer al que lo necesita.
Siempre hay un Lázaro que puede pasar a nuestro lado y pedirnos ayuda. No pasemos de él ni de su necesidad.
Acoger, ayudar, compartir, ser misericordiosos, ser justos y trabajar para que haya justicia y paz... y no cerrar nunca nuestro corazón a las necesidades de los demás y de nuestro mundo son las actitudes que Dios espera de nosotros para que este mundo se convierta en su Reino.