Hacerse un selfie (=Auto-foto o autorretrato tomado con el móvil) está muy de moda. Sirve para inmortalizarse frente a una cámara en un momento guay, en un lugar interesante, junto a personas queridas, o junto a una persona famosa... y luego compartirlo.
Como toda moda tiene su lado bueno y su lado no tan bueno. Es una nueva forma de darnos a conocer y de expresarnos, pero también de presumir o de hacernos notar, aunque para ello se ponga en peligro la propia vida por hacerlo desde sitios peligrosos.
Claro está que es lo que es, simplemente fotos, y que los que no somos muy fotogénicos huimos de ello porque son las fotos donde peor quedamos. Pero alguno que otro nos hemos hecho.
Nuestro querido papa Francisco no duda en posar para los selfies de la gente que logra llegar a él y pedírselo.
¿Se imaginan que Dios también se apuntara a ello? Dios no lo haría para presumir, ni para que le dijéramos "Me gusta" o le pusiéramos deditos hacia arriba.
Cuando uno se hace un selfie, el resultado final no es uno mismo, sino la foto.
Si Dios se tomara un selfie, en la foto no saldría Él, sino Jesús, su imagen más perfecta, y nosotros, que hemos sido creados a su imagen. Y en ese selfie de Dios, nadie quedaría fuera, todos cabríamos. Y si quien se lo tomara fuera Jesús, saldría Dios, de quién él es la más perfecta imagen, y nosotros. E, igualmente, saldríamos todos en la foto. Y se lo haría para seguirnos diciendo, por activa y por pasiva, que para Él contamos mucho.
(Entrada realizada con la ayuda de un texto de Alejandra de Díaz)
Que bonito lo de los selfies super gracioso
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