Los que se atrevían a meterse con Jesús para tenderles trampas, salían escaldados. No porque Jesús les hiciera daño, sino porque les dejaba fuera de juego con sus palabras y les desmontaba la trampa.
El pasaje evangélico de mañana nos brinda uno de estos ejemplos.
En nuestro mundo, de siempre, hay cosas que son muy confusas y hay gente empeñada en querer confundir.
Tener las cosas claras nos ayudará a saber elegir lo mejor en cada momento.
Los cristianos somos personas que estamos viviendo dos caras de una misma realidad: nuestra pertenencia al mundo y a la sociedad y nuestra pertenencia a la gran familia de la Iglesia. Y, desde esas dos caras de una misma moneda, tratamos de hacer un mundo más mejor para todos. No son caras enemigas, sino complementarias. No se trata de perder o ganar, o de ser una más que la otra, sino de buscar el bien y de lograr una Vida digna para todos.
Pagar impuestos es necesario para que nuestra sociedad funcione. Y Dios nos pide que hagamos funcionar todo con el amor, ¡hasta lo de pagar impuestos!
Por tanto, jugamos a las dos caras, en los dos equipos... siempre que todo sea para el bien de todos.
Por eso dice Jesús esta frase: "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios."
Pero, ojo, teniendo claro que Dios no es ningún César, ni quiere serlo ni quiere ser tratado como tal. Lo de Él es otra cosa.
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