El pasaje del Evangelio de hoy nos invita a estar atentos y con la luz del amor encendida, para no dejarnos vencer por lo que nos apaga las ganas de amar y de servir a los demás. No es la llama de la antorcha olímpica, pero es una luz muy poderosa y capaz de grandes cosas. Y esas grandes cosas se consiguen conectados a Jesús.
Estamos viendo a los deportistas en las Olimpiadas desfilando, compitiendo, superando marcas, estableciendo récords y ganando triunfos para sí mismos, para sus equipos y para su país. Detrás de eso está un mogollón de esfuerzo, de trabajo duro, de entrenamientos, de renuncias...
También nosotros tenemos nuestra experiencia de trabajo, esfuerzo y estudio para aprender y superar curso a curso los peldaños que nos ayudan a crecer como personas.
Pues con nuestro ser cristianos y con nuestro amar y servir a los demás pasa lo mismo. No podemos dejarnos dormir en los laureles, ni vivir de las rentas ni creer que está todo hecho. Tenemos que estar ahí, donde Jesús nos necesite, un Jesús que está en nuestros hermanos y en nuestro mundo, que necesita atletas de misericordia.
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