El pasaje del Evangelio de ayer nos habla de que el Reino de Dios no es propiedad de nadie, no es una propiedad privada. Matar al Hijo del Dueño es matarnos a nosotros mismos.
Es de todos y ahí tenemos que estar a piñón todos los que decimos ser cristianos. Dando frutos de amor, bondad, misericordia, perdón, paz, justicia... y, sobre todo, acogiendo, recibiendo y atendiendo a todos los que nos necesiten para que Dios reine en el corazón de todos y en el corazón del mundo.
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