La mayoría de los que me conocen, entre ellos muchos de ustedes, queridos alumnos, saben que me encantan los helados y que, además, hago pequeñas parábolas con ellos. Y es que están tan buenos que hasta ellos mismos se gustan y se saborean.
Comer un helado para mí es otra manera de estar con Dios, de sentirlo y de gozar de su presencia a través de algo tan bueno.
A Dios no sólo se le siente con los ojos cerrados, ni sólo se le encuentra en el templo, ni sólo notamos su presencia estando a solas con Él.
Decimos de Él que está en todas partes y, especialmente, en nuestro corazón. Y también decimos de Él que disfruta con nuestras alegrías y sufre con nuestro dolor.
Entonces, no es nada absurdo salir por ahí un día, comprar un helado, sentarnos a saborearlo y ponernos a hablar con Dios.
El tiempo parece que se detiene... Los problemas, aunque sigan estando, ahuecan el ala... La vida te guiña el ojo... Y hasta la manera de hablar con Él cambia.
Y ese helado, además de estar bueno de sabor, será bueno, bendito, santo... porque nos está llevando a Dios.
Es bueno "sacar" a Dios fuera de las iglesias e invitarlo a que nos acompañe a tomar un helado. Mientras disfrutamos de algo que nos gusta, podemos estar muy cerca del Creador de todas las cosas buenas y bellas.
Pero, siempre tiene que haber un pero, ésa no es la única manera de estar con Dios. Si así fuera, nuestra salud estaría en peligro y hasta podríamos terminar por aborrecer los helados.
Disfrutar de la naturaleza y de las cosas buenas de las personas, incluidas las nuestras, ayudar a los demás y colaborar en mejorar el mundo... son otras formas de sentir su presencia y que no podemos sustituir ni abandonar.
Estamos en verano...
y de vez en cuando es guay
tener un helado a mano,
incluso para decirle a Dios
lo mucho que le amamos.
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